RODRIGUEZ, MIKEL: Marcelo Usabiaga: Así fue la Batalla de Irun Historia 16 nº362 (junio 2006), p. 72-85
Cuando estalló la Guerra Civil Marcelo Usabiaga era un joven comunista irunés, secretario del Sindicato de Oficios Varios. Cuando terminó, llevaba los galones de teniente y mandaba una batería antiaérea motorizada en Valencia. Denunciado, en el juicio el fiscal pidió pena de muerte. Este testigo privilegiado de lo que aconteció durante aquellos tres años rememora para “Historia 16” aquel verano del 36:
“Yo nací en Ordicia, un poco de paso, porque mis padres vivían en Bayona. Mi padre era chófer de un camión que hacía transporte entre San Sebastian y Bayona durante la Guerra Europea y yo nací el 16. Entonces, por lo visto, hablo por referencias familiares, un submarino alemán disparó algún proyectil o un torpedo hacia una fábrica de pólvora y hubo una gran explosión. En Bayona se creó tal pánico que la gente escapó. Y a mi madre, que estaba en estado, la cogió mi padre en el camión y la llevó a Ordicia, donde nací.
En mi familia eran republicanos, desde pequeño no he oído en mi casa otra cosa que la República, la República... Mi padrino, primo carnal de mi padre, fue diputado del Frente Popular por Guipuzcoa, también ministro de Agricultura me parece, era el dueño de “La Voz de Guipuzcoa”, el conocido Juan Usabiaga y Lasquibar (1). Pero no eran republicanos en una línea partidista porque, aunque mi padre estaba afiliado al sindicato ferroviario de la UGT, no militaba en partido político alguno.
Estuve en la clásica escuela de frailes hasta los 10 años y con 12 hice el examen en el Ayuntamiento de Irun para obtener una beca de estudios. La conseguí y estudié los cinco años de la Escuela de Comercio. El profesor de alemán, que fue fundador del Deportivo de La Coruña, recuerdo que el primer día nos soltó un discurso. Cuando terminó, le pregunté: ¿Ya ha acabado? Y salí de clase con otros siete compañeros. O sea, que aunque no tenía ninguna preocupación política, el tema comenzaba a interesarme. Uno de los que salió era anarquista, el hijo del jefe de la Policía Municipal de San Sebastian (2). Solía dar atracos los fines de semana para fortalecer los nervios y el lunes nos comentaba lo que había sentido.
El 14 de abril de 1931, cuando se proclamó la República, tenía 15 años y estaba en segundo o tercero de Comercio. Fui con mi padre al Puente Internacional para recibir a Unamuno o a algún político que venía de Francia. Y participé en la enorme manifestación que se organizó. Y en la siguiente, en apoyo de un grupo de republicanos, socialistas y anarquistas que en diciembre de 1930 habían asaltado el Gobierno Civil de San Sebastian en una acción paralela a la sublevación de Jaca y luego habían huido a Francia. Algunos eran de Irun y resultó que uno de ellos, que estaba escondido en su casa, salió al balcón entre aclamaciones. Mi primer paso en el terreno político fue el año 33, cuando en noviembre triunfó la CEDA. Conozco al que luego fue secretario general del PCE, Ramón Ormazabal (3), nosotros le llamábamos Ramonchín o el fraile, que me insistía e insistía. Yo al principio le decía que no, pero al final, de resultas de lo que me decía Ormazabal y de mis propias inquietudes, me afilié.
Cristóbal Errandonea
En uno de los viajes me cazaron. Nunca supe porqué. En el tranvía, cuando arrancó y no había posibilidad de escaparse, vino la policía y nos cogió. Veníamos cinco, cuatro fugados y yo. Pero solamente detuvieron a un fugado con el que hablé, un asturiano que luego fue diputado, Juan José Manso. Mal hecho lo de hablar, porque estaba prohibido. Nos llevaron a la comisaría de Irun a Manso y a mí. Todo era preguntarnos y yo me hacía el tonto. Luego me mandaron a la prisión de Ondarreta y de allí, a Asturias.
Estuve un mes en Oviedo, en noviembre o diciembre del 34, en medio de mineros, el ambiente era terrible. En el viaje me decía Manso: ¡Chaval, en menuda te has metido! Tenía yo 18 años. Curiosamente, las cartas llegaban a prisión sin censurar y le pedí a Zubizarreta que me enviara “Mundo Obrero” a la cárcel. Total, que el juez allí, un capitán de la Legión, me llama a declarar y me pregunta por los fusiles. Y yo, con un miedo atroz: Que no soy de aquí, que soy de Irun. Me dieron dos palizas, no fuertes, pero a patadas. Al final se convenció, llamaría a Irun, y la libertad. Esa confusión me salvó porque, si me hubiera quedado aquí, me habrían juzgado por paso de fronteras y en la cárcel hasta el 36.
De nuevo me incorporé a la actividad. En junio de 1935 fui a Madrid a un congreso de la FUE como delegado por San Sebastian. El congreso se celebraba en la Telefónica. Allí, por casualidad, me encontré con Isidoro Navarro, íntimo amigo de la infancia y de la juventud, hijo del presidente de Izquierda Republicana de Irun. Y tomando un café, me suelta: Hasta que triunfe Falange no hay nada qué hacer. Me he hecho falangista y ya verás cómo pronto triunfamos. ¡No te jode! Nos despedimos de malos modos. Al final de la guerra lo nombraron jefe de uno de los campos de concentración que había en Levante. Me acusó falsamente de los fusilamientos del Fuerte Guadalupe y de la quema de Irun y le dijo a mi madre: Dominica, dígale a Marcelo que de esta no se salva. Eso, un hombre que había estado en mi casa, que íbamos a jugar a pelota juntos o salíamos con las chicas a bailar.
Respecto a la relación con Falange, mientras estuve preso en Oviedo sucedió algo curioso. Ellos eran poco numerosos en Irun pero tenían un local, su jefe se apellidaba Zarandona. ¡Pues uno se nos infiltró en el PCE! Un fotógrafo comentó que le habían dejado para revelar en su tienda unos negativos de unas maniobras de tiro con pistola de los falangistas en Peñas de Aya. Investigamos ¡Y aparecía un compañero apellidado Galera, miembro del Comité de las Juventudes, brazo en alto! Le convocaron a una reunión en un lugar apartado y le pidieron que llevase la documentación del Partido que guardaba. Allí le hicieron confesar y le expulsaron del PCE.
Me detuvieron nuevamente, esta vez sólo tres días, porque tuvimos un altercado con un vendedor de “Arriba”, el órgano de Falange, y prendimos fuego a sus periódicos (4). A finales de 1935 o inicios de 1936 se comenzaron a organizar las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, las MAOC, en San Sebastian y planeábamos extenderlas a Irun. Cuando terminé la carrera era todo un señor profesor mercantil, pero no había trabajo. Me votaron para secretario del Sindicato de Oficios Varios de la UGT, porque la Federación de Sindicatos Autónomos, comunista, había optado por unirse al sindicato socialista debido a que en esa época no teníamos fuerza. Y en una asamblea me eligieron secretario.
Defensa de Irun en San Marcial
La situación tras la victoria del Frente Popular era muy tensa. En las fiestas de San Marcial, la víspera de San Pedro, durante un correcalles oímos seis tiros. Era de nuevo Galera, que había disparado y herido gravemente a varios compañeros. Hicimos una manifestación, se habló de suspender las fiestas, pero Cristóbal Errandonea nos convenció de que no. Fuimos a Comisaría a exigir la inmediata detención de Galera y en nuestra presencia llamó el propio Gobernador Civil para asegurarnos que lo encarcelaría. A Galera le pilló el 18 de julio en la prisión de Ondarreta y allí lo fusilaron.
El 17 de julio estaba en San Sebastian porque en mi tiempo libre fabricaba multicopistas y había llevado tres a la sede de la UGT. Allí me dijeron que había un lío, que lo dejase todo y que fuese corriendo a organizarnos a Irun, porque hay la de Dios. Llamé a Pujol, a los camaradas, que hay una sublevación, oyendo la radio...
Ahí se vio enseguida la actuación de Manolo Cristóbal Errandonea (5). Él era taxista, pero tenía un gran conocimiento de estrategia militar, no sé de qué. Enseguida nos organizó en grupos y nos llevó al monte porque nos dijo que de Navarra iban a venir los requetés. Incautamos el local de La Fraternidad y repartimos las escopetas que cogimos de una armería que había en la plaza de los Fueros. También teníamos algunas pistolas, todo hay que decirlo, que yo pasaba de contrabando desde la Fábrica de Armas de Hendaya a petición del Comité de Enlace entre las Juventudes Comunistas y las Juventudes Socialistas. Pero no teníamos ni un fusil ni una ametralladora.
Nos fuimos hacia Navarra, por el monte San Marcial, con las pistolas y las escopetas. No vimos nada. La idea que teníamos de la guerra era un poco infantil. Yo oía hablar de alambradas y pensaba que se trataba de atar un alambre de un árbol a otro. La acción que recuerdo como más emocionante fue que en la calle Aduana, no sé a quién se le ocurrió, fabricaron un camión blindado con cuatro chapas a los costados. El camión paró frente a nuestro local de La Fraternidad. Había que ir a conquistar Vera del Bidasoa, de cabeza. Manolo Cristóbal andaba por allí, se había puesto un correaje. Cogimos el camión y 4 ó 5 coches, en total seríamos unos 25. Unos quince fuimos subidos en el camión blindado hasta Vera (6). Fíjate qué poca idea teníamos de la guerra. Nosotros pensando que íbamos seguros, blindados, cuando estábamos sin techo y la carretera va pegada todo el trayecto entre el río y un monte desde donde nos tenían totalmente a tiro. Pasamos el puente de Endarlaza y llegamos a Vera. No se veía nada raro. Paramos a la entrada del pueblo y: ¿Qué hacemos ahora? A poco se presentó Manolo Cristóbal y yo aseguraría que venía con el teniente coronel Ortega (7), que luego fue gobernador.
Cristóbal nos dice: ¡Venga, a por el cuartel de la Guardia Civil! El cuartel estaba en la parte alta del pueblo, nos dividimos en dos grupos y a mí afortunadamente no me tocó ir. Los que fueron al rato volvieron con la noticia de que la Guardia Civil se había rendido. Estaba el camión parado en la carretera, un grupo alrededor y Manolo Cristóbal hablando con gente del pueblo. Y estando hablando, no sé qué le dirían, él: ¡Rápido, para atrás, al puente de Endarlaza, pero al otro lado, al lado de Irun! Pasamos y nos mandó parapetarnos. Allí nos explicó a todos: Sabed lo que pasa, los requetés están ya en Echalar y vienen hacia Vera. Pero más tarde nos enteramos que a los requetés que entraban a Vera por el otro lado les dijeron los del pueblo que los rojos de Irun estaban allí y que también salieron corriendo. Esto es auténtico, no sé qué día sería, el 23 o el 24 de julio. Dejamos Vera del Bidasoa y quienes volvieron allí fue para morir, porque en las canteras del pueblo era donde los sublevados fusilaban a los prisioneros.
Estando tras el puente de Endarlaza ya vinieron otros refuerzos de Irun y se estableció un parapeto. Había que volar el puente. Trubia, amigo mío, fue el último que murió en la defensa de Irun, éste era minero asturiano, un tío de acción y entendido en dinamita, preparó la carga y el puente se voló. Con esto la ofensiva enemiga quedó paralizada de momento.
Los siguientes días recorrimos los montes esperando a los navarros (8). Estuvimos en Saroya, San Marcial, Zubeltzu... Estratégicamente, el enemigo se metió por la trasera de Peñas de Aya, por el barranco, hasta Oyarzun, intentando enlazar con los cuarteles de Loyola, donde todavía resistían los militares sublevados en San Sebastian. Cristóbal nos llamó un día y nos dijo que había que escoger un grupo de confianza. - ¿Qué pasa? - Que han cogido Erlaiz. - ¡Me cagüen...! - Hay que reconquistar el fuerte de Erlaiz. Eran las 6 ó 7 de la tarde y oscurecía a las ocho de la noche. Nos dieron armas y entonces por primera vez cogí un fusil y estuve viendo cómo funcionaba el cerrojo. Hasta ese momento sólo habíamos andado con escopetas de caza y pistolas. Cristóbal, que allí era el amo, nos reunió a unos doce en la Fábrica de Luz. Nos repitió que era vital reconquistar Erlaiz (9). Nosotros dudábamos: ¿Nosotros solos vamos a recuperarlo? - Sí, sí, tiene que ser por sorpresa, si no, no hay nada que hacer. Lo han cogido esta mañana al amanecer y es de ellos.
Dormimos esa noche, más bien poco por los nervios, en el caserío Arrisulta. Al amanecer, cuando despertamos, Cristóbal nos dijo: ¡Mucho ojo con meter ruido! Y si oís ruidos de campanillas, no os fiéis, que no son corderos. Que son los requetés, que llevan campanillas para hacerse pasar por corderos. Salimos, jopé, con el fusil, andando despacito, tardamos en llegar. Cuando estuvimos cerca de la trinchera entramos al asalto. No había nadie. Estaban los platos de la cena puestos y había 6 ó 7 muertos, los habían acuchillado. Se ve que los navarros dieron un asalto por sorpresa a la 1 de la mañana, acuchillaron a los que estaban allí y luego se largaron sin cortar ni siquiera el teléfono. Cristóbal cogió el teléfono y llamó al Frente Popular de Irun y ellos ni se lo creían: Que sí, que sí, somos nosotros. Mandad refuerzos enseguida. A las dos horas llegaron los refuerzos y nos relevaron.
Cuando nos retirábamos de Erlaiz uno tuvo una ocurrencia que le costó la vida. Volvíamos hacia Irun y Agapito Domínguez nos comentó que aprovechaba para ir a la posición de Pikoketa. Le dijimos: Venga, hemos pasado mal la noche, durmiendo de mala manera, estamos tensos con la ocupación de Erlaiz. Y Cristóbal: ¡Vete a descansar, que ya tendrás tiempo para ir a Pikoketa! Pero Agapito nos dijo: Lo que pasa es que está Mercedes allá. Mercedes López era la chica con la que andaba, camarada comunista, que había marchado a Pikoketa con los milicianos, entre ellos mi hermano. Nos separamos en el cruce del camino y a él lo fusilaron. Como a mi hermano y a los 17 defensores de la posición. Fue trágico. Asaltaron al amanecer y los defensores cometieron el error de refugiarse en el caserío. Sólo se salvaron los que salieron corriendo monte abajo y Alejandro Colinas, que se escondió en un matorral y desde allí vio cómo fusilaban a sus compañeros. Más información
En el Casino de Irun teníamos nuestro cuartel general. Allí estaba Margarida (10), un teniente coronel, guardia de asalto, que era el jefe de la defensa que sustituyó a Ortega. En Irun PSOE, PCE y anarquistas actuamos juntos, sin roces políticos que pueda recordar. En los sótanos habíamos puesto los comedores y fuimos a desayunar. El caso es que íbamos un grupo grande de gente y no recuerdo si a mí o a otro se le cayó la pistola. Y a consecuencia de la caída el arma se disparó y me dio en la pierna. Afortunadamente ni me rompió el tendón ni me hizo una herida grave. Me llevaron a la Cruz Roja y me hospitalizaron. Eso me salvó la vida tres años después.
Yo de estudiante había corrido en bicicleta y en una carrera ciclista, en Astigarraga, iba segundo y en una cuesta subía con tanto esfuerzo que me desmayé. Se me fue la cabeza, me caí y tuve unas quemaduras que llegaban hasta el hueso. Entré en meta, pero me llevaron a la Cruz Roja y me costó mucho curar, tres o cuatro meses, porque había entrado suciedad. Y a una monja, sor no sé qué,le caí simpático porque era vergonzoso y cuando me decía que me bajase los pantalones no quería. Esta misma monja estaba con los médicos en la Cruz Roja y cuando caí por allí con la herida de bala, me reconoció. Con la benevolencia de la monja salía de allí e iba al Casino, cojeando un poco, y hacía mi vida en lo que podía. Como ya he dicho, cuando al final de la guerra me cogieron en Valencia me encontré en el juicio con una denuncia acusándome de haber participado en los fusilamientos y en el incendio del pueblo. Eso, además de que era comunista. Aunque sólo lo último era real, lo veía muy negro, porque en Valencia al final de la guerra te fusilaban por dos reales.
Yo le decía al juez que no podía haber participado en esas cuestiones porque estaba herido e ingresado. Y en el tercer o cuarto interrogatorio, cuando ya me veía perdido porque no me creía, le dije: Pues es una monja la que me ha atendido. Y, mira, el juez, al oír que era una monja, me dijo: Vamos a ver si es verdad, pero como no lo sea... Le escribió, la monja le contestó y el juez me dijo que tenía razón, que figuraba como hospitalizado. Así que retiraron la acusación y me salvé del piquete de fusilamiento.
En realidad, no llegaron a darme el alta. Aunque herido, intentaba participar activamente en la defensa. Dormía en la Cruz Roja y de día iba al Casino. Como estaba de baja y no podía pisar el frente, me integraron en la Comisaría de Transporte, en el primer piso del Casino, organizando el traslado de tropas. Mandé que trajeran la documentación de la JSU del local donde la guardábamos en la Estación del Norte. Margarida, a través de Cristóbal Errandonea, me mandó ir con un camión al Fuente de San Marcos en Rentería para traer tres o cuatro cañones que había allí. Me ordenó que no fuera por Gantxurisketa, que es la Carretera Nacional 1, sino por una secundaria de Lezo, porque la carretera nacional estaba tiroteada desde Oyarzun. En este viaje vi que empezábamos a quedar cortados de San Sebastian. En San Marcos no querían entregar los cañones pero al final me los dieron y los llevamos de refuerzo a Erlaiz. Los navarros se iban acercando (11).
Ramón Ormazabal
Finalmente la situación se puso tan mal (12) que Margarida llamó a un representante de cada partido político al Ayuntamiento, donde estaba la sede del Frente Popular. Y nos dijo: Señores, cada partido político se va a hacer responsable de una posición clave de la defensa de Irun. Y no quiero oír la palabra retirada. O mueren allí o... pero aquí no vuelvan. Se sortearon las posiciones y a mí me tocó Puntxas. Cogí la carretera hacia Endarlaza hasta delante del barrio de Behobia, junto al cuartel de carabineros. Arriba, en un montecito estaban los parapetos, con bastante gente y un par de ametralladoras. El coche me llevó allí y les dije: Vengo del Frente Popular de Irun. El Comité de Guerra me ha mandado con la orden de que no puede haber retirada. Y ellos, que no, que si el enemigo atacaba con mucha superioridad tendrían que retirarse. Yo les insistí: No se pueden retirar. Si se retira la gente, me liquidan a mí, así que yo me quedo aquí y no me muevo. Hubo suerte y ese día el enemigo no atacó muy fuerte. Al día siguiente también atacaron y luego, otra vez. La posición aguantó bien y no se retiró nadie. Y al otro día ya nos llegó un recado de Irun para que volviésemos. Margarida nos felicitó: Se ha defendido bien.
La ciudad se perdió cuando el enemigo ocupó el monte San Marcial, esos combates son ya muy conocidos. El día 4 de septiembre ya se vio que todo estaba perdido (13) y en el Ayuntamiento nos dijeron que no había nada que hacer. Con San Marcial en manos del enemigo nos llegaron malas noticias de Behobia, una de las posibles vías de escape a Francia. Allí fue herido Trubia, le pegaron un tiro en el parapeto defensivo y murió en Bayona, en el hospital.
CHIAPUSO, M.: Los anarquistas y la guerra en Euskadi.- Abarka, Andoain, 2003.
MARTÍNEZ BANDE, M: Nueve meses de guerra en el Norte.- San Martín, Madrid, 1980.
TALÓN, V.: Memoria de la guerra de Euzkadi.- Plaza&Janés. Barcelona, 1988.