Asociación Republicana Irunesa
"Nicolás Guerendiain"
Defensa de los valores republicanos y la recuperación de la memoria histórica

Relato ganador. (12 a 16 años). Autor: Janire Asensio Cantero

Daniela

Cartel del concurso literario

Daniela es una chica callada y tímida. Aunque no siempre ha sido así.

Su piel es morena, su pelo es negro y sus ojos tan oscuros que apenas puedes distinguir el iris de la pupila. Es de altura media.

Desde pequeña ha vivido en España, pero nació en México, al igual que sus padres.

Hace poco tuvo que cambiarse de ciudad por el trabajo de su padre, y con ello también se tuvo que cambiar de instituto.

Daniela lleva ya una semana en ese instituto. Todo es nuevo para ella: los profesores, las clases, el sitio… Es difícil adaptarse a un cambio así con quince años,  a esta edad, los chicos y las chicas ya tienen sus grupos hechos.

El primer día fue pensando en ser sociable y amable con los demás, pero no la recibieron como ella esperaba.

Tal y como pensaba, la clase estaba dividida  en dos grupos: chicos y chicas. Los chicos le dieron  un rápido repaso y debieron decidir que no valía la pena, porque apartaron la mirada y siguieron a lo suyo.  Las chicas hicieron lo mismo, la observaron y se fijaron en como vestía, para luego ponerse a cuchichear.  Aunque hubo una chica que le sonrió amablemente. Ella también es tímida, pero siempre le saluda y han hablado alguna que otra vez.

En cuanto sonó el timbre anunciando la hora del recreo, recogió sus cosas y se dirigió a la biblioteca, como todos los días. Pero por el camino se encontró con una escena que le molestó mucho. Se acercó, un chico mayor estaba pegado a otro más pequeño, parecía estar amenazándolo.

Odiaba a la gente que se metía con personas más débiles que ellos. A las personas violentas. ¿Porqué hay gente así en el mundo? Nadie se merece ser tratado mal.

—Perdona, pero deberías dejarle en paz —le dijo.

Él se giró, la miró mal, soltó al chico, que se fue rápido de allí, y la volvió a mirar.

—Metete en tus asuntos, panchita.

Ese insulto la molestó mucho. A los que odiaba más que a los que eran violentos era a los que se metían con la procedencia de la gente. ¿Acaso ser de otro país le hacía diferente de él? ¿Es que se creía con derecho a tratarla mal por ser diferente? Nadie tendría que meterse con nadie por ser como es. A nadie le tendría que importar la procedencia, el color ni las costumbres de la gente. 

—No soy panchita, soy de México.

—Me da igual. No te tendrías que haber metido donde no te llaman, mexicanita de mierda —le dijo el chico. Se había acercado y la miraba amenazante.

—Y tú no deberías meterte con la gente—.Ya se había mosqueado. ¿De qué iba ese tío?

Él pasó por al lado suyo y le dio un golpe con el hombro,

—Estas avisada.

Ese día no se volvió a encontrar con el chico, pero durante los tres días siguientes él y algunos de sus amigos la estuvieron insultando y molestando durante los recreos y el comedor. Se había cansado de sus insultos y bromas. Cuando llegaba a casa se tumbaba en la cama a oscuras y se preguntaba el por qué de la gente que se comporta de esa manera. La hacían sentir débil, pequeña e insignificante.

El viernes se dirigió al instituto desanimada, sabiendo lo que le esperaba. Aún así no se arrepentía de haber ayudado a aquel chico de primer curso, incluso después de las consecuencias que le había traido.

Cuando sonó el primer timbre, que anunciaba el recreo, salió rápidamente para no encontrarse con nadie, pero de camino a la biblioteca un pie se puso delante de ella, haciéndola tropezar. Con ella cayeron los papeles que llevaba.

—Eres un estúpido ¿lo sabías? Vete de aquí y no vuelvas —dijo una voz enfadada.

—Tranquila hombre, nosotros no hemos hecho nada. No es nuestra culpa que esta idiota sea una torpe. —Escuchó cómo se reían los chicos mientras se iban.

Se incorporó y fue a recoger los papeles, pero alguien ya lo había hecho. Una chica rubita y bajita la miraba sonriente con sus papeles en la mano. Se los tendió.

—Mi nombre es Miriam, ¿Estás bien? —.Tenía una sonrisa amable y parecía preocupada.

—Sí, gracias. Soy Daniela.

—Encantada Daniela. Escucha, no hagas caso a ese idiota, ya está avisado.

—Gracias, de verdad.

—No es nada. Te estaba buscando, quiero que vengas conmigo —dicho esto la cogió de la mano y la llevó consigo. Daniela se sorprendió pero se dejo llevar. Al fin y al cabo, Miriam parecía agradable y le había ayudado.

Le llevó al patio y le acercó a un grupo de chicas. Todas ellas la miraron y sonrieron.

—Chicas, esta es Daniela.

—¡Hola! —saludaron todas y se presentaron en orden.

—Hola Daniela —saludó Ana, la chica simpática de su clase—. ¿Dónde te metías? Te he buscado todos los días pero nunca te he encontrado. Parece que Miriam ha tenido más suerte que yo.

—Si bueno, la estaba buscando cuando vi como el idiota de Adrian y sus amigos le pusieron la zancadilla para que tropezara —les contó Miriam.

— ¿Cómo? —dijeron algunas sorprendidas—. ¿Por qué?

—El otro día él le estaba amenazando a un chico más pequeño y le dije que lo dejara en paz —me encogí de hombros. Solo hice lo correcto.

—Pues hiciste bien. Él es un matón y siempre va por ahí metiéndose con la gente. No me gusta que se crea con el derecho de hacerlo.

Todas asintieron, de acuerdo con las palabras de Miriam.

—Bueno, te hemos traído con nosotras porque Ana nos contó que había una chica nueva en su clase y que eras una chica maja —empezó a explicar Miriam.

—Además, sabemos que las chicas de tu clase no son precisamente agradables, les gusta juzgar a las personas y si no les gustas te excluyen.

—Pero a nosotras nos gusta conocer a gente nueva. No nos importa de dónde vengas, ni como seas físicamente, ni tu forma de vestir… Creemos que la forma de ser de cada persona es algo que la hace única, y no algo por lo que discriminarla.

Todas asintieron serias y yo sonreí. Parece ser que me equivoqué al creer que no encontraría gente amable. Siempre hay excepciones, y estas chicas sin duda eran buenas personas.

—Bueno, que nos dices, ¿te gustaría ser nuestra amiga? —preguntaron sonrientes.

—Claro que sí, muchas gracias —les respondió feliz.

—No tienes que darlas —dijo Ana entrelazando su brazo con el de Daniela.

Gracias a haber conocido a esas chicas, Daniela iba al instituto feliz. Su madre fue a hablar con el director y pidió un cambio de clase, al igual que lo hizo ella en el comedor. Ahora estaba en clase con sus amigas y comía con ellas. Sabía que habría alguien para apoyarla y hacerla  sonreír. En el instituto se sentía a gusto. Todavía había alguno que otro que se metía con ella, pero estaban sus nuevas amigas para defenderla.

Más tarde, cuando en clase tuvieron que hacer una exposición oral  defendiendo una idea, ella y algunas amigas hicieron un trabajo sobre la Igualdad, la Solidaridad y la No Violencia. Defendiendo la idea de que todos somos IGUALES, y de que NADIE debe de ser tratado mal por ninguna otra persona. Que hay que AYUDARSE  unos a otros siempre que podamos.

Y todo esto lo aprendió bien Daniela, gracias a las magnificas amigas con las que hoy comparte una vida, y con las que es feliz.

Jane