Asociación Republicana Irunesa
"Nicolás Guerendiain"
Defensa de los valores republicanos y la recuperación de la memoria histórica

3er relato. (16 a 25 años). Autora: Amaia Goñi Vega

Vámonos, átomos

Cartel del concurso literario

Poseo una capa de invisibilidad, pero nadie lo sabe. Aunque, bueno, no se trata precisamente de una capa, sino de un chaleco. Sí, sí, me reitero: me hace invisible. Es rojo. "Cruz Roja" se le adscribe.

Durante los días en los que he colaborado voluntariamente con la asociación, he podido comprobar que el mencionado chaleco me hace imperceptible hacia los demás viandantes apresurados, que tratan de esquivarme visual y físicamente. "No cruces tu mirada con la suya" deben de pensar "o irá hacia ti".

La hucha que afianzo también tiene poderes invisibles, aunque es más eficaz cuando se trata de espacios cortos. Todo ello hace que, al ataviarme con la indumentaria de la solidaridad, me sea físicamente imposible colisionar con algún ser viviente, incluso queriendo.

Aprovechando esos momentos de invisibilidad, repaso lecciones aprendidas en la universidad, y concluyo que soy como el protón al que los electrones rodean a una velocidad vertiginosa, ese mismo contra el cual, chocarse, produciría una catástrofe de indeseables consecuencias, o ello deben discurrir los mismos.

Es por ello por lo que la semana pasada, el día que se avecinaba mi última jornada en la asociación como voluntaria repartiendo panfletos informativos, me encontraba algo afligida; defraudada por mí misma por no haber podido ayudar como hubiese deseado y apenada por ser el fin de tal experiencia. Decaída, descansé en un banco de la plaza que había regentado aquellas mañanas, y recogí los folletos que, pensé, jamás serían repartidos.

De pronto, un hombre de piel oscura se apresuró hacia mí, decidido. Sus harapos y zapatos rotos resultaban chocantes, mas no permitiría que resultase otra capa de invisibilidad, o al menos para mí.

-¿Trabajas para la Cruz Roja, verdad? -preguntó con una pronunciación algo torpe aunque admirable.

-Sí... -musité extrañada y expectante.

-Me gustaría colaborar en mis ratos libres o pudiendo aportar algo de dinero, aunque justamente tenga para comer. Pero creo que podré hacer un esfuerzo; vuestra labor en Haití, mi patria, tras el terremoto, fue admirable.... ¿Puedo al menos ayudarte a repartir esos panfletos?

Quedé petrificada. En aquel momento, comprendí que son aquéllos que menos tienen quienes más desean ayudar, entre lágrimas y sollozos que marcaban mi pequeña y visible victoria; entre emociones y alegrías que simbolizaban la unión descomunal e indivisible de dos protones perdidos. Dos únicos protones perdidos, sí, entre el prado reinado por electrones apresurados, pero esperanzada porque cada vez seríamos más. Vámonos, átomos.

Dream